domingo, 25 de marzo de 2012

Bienvenida: para lo único que he agachado la cabeza es para escribir...

Según Ray Bradbury, autor de Fahrenheit 451, uno debe inventarse a sí mismo todos los días y no sentarse a ver cómo el mundo pasa allí adelante, sin que uno participe.
Desde la antigüedad, el ser humano ha tratado de expresar y transmitir sus pensamientos, ideas o concepciones del mundo, con la finalidad de producir conductas de acuerdo a la comprensión del mensaje.
            Esa expresión de ideas se da a través signos o símbolos a los que se atribuye un significado como representación de una realidad, con la finalidad de que los destinatarios del mensaje lo comprendan, entiendan su contenido y puedan difundirlo.
            El lenguaje y la escritura son signos de un mecanismo de transmisión de ideas llamado discurso; una expresión de un sentir que busca ser transmitido a través de la lectura, el sonido, la escucha y la comprensión.
Escribir no es tarea fácil; no cualquiera se lanza a la gran aventura de reflexionar, plasmar y compartir, que es parte de la capacidad de actuar. Como decía Gramsci, son pocos los que reflexionan y a la vez son capaces de actuar.
            Las realidades se construyen a través de discursos, a través de símbolos, que reflejan un contenido comprensible para un sector de vida, que lo entiende y reacciona. Las ideas, las letras, la escritura, reflejan las razones y sentires de una persona que muestra su visión del mundo, de un mundo que tiene distintas formas de comprenderse, ya que nada es verdad o mentira, sino que depende del cristal con que se mira.
            La escritura nos muestra que la inteligencia nos proyecta al crecimiento; aunque en la actualidad la realidad ha sido construida para que el ser humano sea lo menos inteligente posible, lo menos intuitivo, lo menos curioso, al grado de ser teledirigido por máquinas que no razonan, que no sienten, que no abrazan.
            La escritura nos ayuda a entender que la ignorancia puede ser la fuerza, pero en manos realmente humanas, la ignorancia nos hace más libres, pues el ignorar nos ayuda a encontrar, a buscar. El ser humano le teme a lo desconocido, a lo que no le encuentra explicación; por eso investiga, estudia, busca el por qué de las cosas, lo encuentra, lo domina, pierde el miedo, y sigue buscando más. El ignorante que nunca habla, nunca se equivoca, pero nunca deja de ser ignorante. El ignorante que pregunta es inteligente, y cada día se da cuenta que, contradictoriamente, es más y menos ignorante que antes de preguntar. Pero la ignorancia para eso sirve, para quien entiende estas ideas; sabe que sirve para caminar.
            La escritura nos ayuda a entender que la bondad y la maldad no existen, los polos bondadosos y dañinos no son opuestos, pues como es arriba es abajo, y todo lo que nos rodea es perspectiva de un equilibrio que hay que buscarse; inclusive las lágrimas son parte del equilibrio, pues purifican, sacan lo dañino en exceso y ayuda a ver con más claridad.
            Escribir ayuda a comprender como ese principio universal de energía equilibradora está ahí, con nosotros, en forma libre, en forma humana, cósmica y divina, y no como un control empleado por otros para someter, para crear mentiras que se conviertan en realidades; sino para encontrarse a sí mismo, para escribirse y reescribirse, para amarse y amar a los demás, para morir a cada momento, renovarse, purificarse, y en verdad nunca morir, sino transformarse, lo que se logra a través de tantas cosas, siendo una de ellas la escritura, pues la escritura es plasmarse de una forma y reinventarse en cada línea; pues escribir es como dice Foucault a quien le cuestiona lo que es: “no me pregunten quien soy, y no me pidan que siga siendo el mismo”.
            En la escritura aparece la luz de la verdad que puede hacernos libres, mientras lo oscuro de la ignorancia es la fuerza que nos hace creyentes y acríticos.
El ser humano es eso, una luz, una conformación de esencias, no un objeto; y mientras no pierda su humanidad y no se convierta en un engrane más de una máquina insensible, otro mundo será posible.
Por eso, para lo único que he gachado la cabeza es para escribir...

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