lunes, 18 de enero de 2016

Ley de hidrocarburos con sanción de la pobreza



“El lenguaje político está diseñado para hacer que las mentiras suenen veraces…”
George Orwell
 La información del triángulo dorado Guzmán-Del Castillo-Penn, no es el único tema a comentar en estos días. Está ahí el aumento del dólar y la caída de los precios del petróleo, pero en una visión donde se implementan acciones para afectar a los de por sí ya vulnerados por las crisis económicas. En vez de efectuarse mecanismos para revertir los estragos causados por las devaluaciones e incremento de los precios, la salida es la implementación de castigos y neutralización de los siempre olvidados.
 
Este 12 de enero, en el Diario Oficial de la Federación, se publicó la “Ley Federal para prevenir y sancionar los delitos en materia de hidrocarburos”, que pretende prevenir el robo de combustibles y objetos relacionados, a través de un Estado Policial y la aplicación de penas severas a quienes lleguen a cometerlo.
 
Se trata de una ley de las más violentas creadas en últimos años para castigar hechos de naturaleza económica. Mientras que las normas federales castigan la Pornografía Infantil de 7 a 12 años de prisión, la Violación de 8 a 20 años, y el Homicidio Doloso de 12 a 24 años, esta Ley Federal sanciona conductas de sustracción, aprovechamiento, especulación, resguardo y posesión de hidrocarburos y objetos muebles o inmuebles relacionados, sin consentimiento de sus titulares, con penas varias, siendo las más graves de los 15 a 25 años de prisión, y multas de 15,000 hasta 25,000 días, para quienes se apoderen o aprovechen de los combustibles; penas que pueden aumentarse en una mitad, si quienes lo realizan son trabajadores o prestadores de los servicios en materia de hidrocarburos, por lo que pueden alcanzar hasta los 37 años de prisión. Además, la ley obliga al Ministerio Público a solicitar siempre prisión preventiva del acusado, para tenerlo detenido durante un proceso, sin que aún se le haya declarado culpable. En síntesis, para esta norma aprobada por el Congreso Federal, debe mantenerse detenido, y castigarse con mayor severidad al que robe combustible y lo use, que atacar sexualmente a una persona, o privarla de la vida.
 
Aclaro que no estoy tratando de establecer que las otras penas deban aumentarse, sino que es evidente la desproporción en estas sanciones, que en ocasiones se dirigen a aquellos que carecen de satisfactores, y se ven orillados a cometer alguna conducta ilícita, pues los precios están sumamente elevados, mientras los ingresos siguen por los suelos, a pesar de que la reforma energética se presumió con un discurso completamente distinto: la baja de los precios, y el aumento de los satisfactores e ingresos.
 
En alguna ocasión, el Juez brasileño, Amilton Bueno de Carvalho, escribió que la delincuencia tiene como madrastra a todas las injusticias sociales. Cuánta razón en esa frase, que no escapa de una realidad donde el sistema de justicia penal tiene como clientela predilecta a los pobres, no sólo en categoría económica, sino olvidados y negados en sus derechos y en los satisfactores de sus necesidades.
 
En México, hasta junio de 2015, contábamos con poco más de 121 millones de habitantes. Si relacionamos ese número con las cifras publicadas en julio del mismo año, por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), en nuestro país 55.3 millones de personas se encuentran en situación de pobreza (número mayor a los años 2010 y 2012); de esa cifra, 36.6 en pobreza moderada, y 9.6 en pobreza extrema. Además, 72.4 millones cuentan al menos con una carencia social, 68.5 tienen carencias relacionadas con la seguridad social, 21.2 relacionadas con acceso a servicios de vivienda, y 23.4 respecto de la alimentación. Es evidente que las condiciones críticas de pobreza y carencia de satisfactores, son causales del aumento de la delincuencia y, en consecuencia, incremento de la potencialidad de ser autor o víctima de un delito.
 
Con esto no trato de decir que entonces es adecuado cometer conductas delictivas, sino que la atención a las causas de la delincuencia no se encuentra en la creación de normas que impongan penas severas, sino en políticas públicas adecuadas para la satisfacción de necesidades, lo que sí atenuará el problema delictivo. No obstante lo anterior, esta nueva ley establece como estrategias de prevención la vigilancia policial, el estudio de patrones delictivos, y la identificación de personas y sectores de riesgo; no de acciones de mejora social y atención o protección de la población vulnerable.
 
Creo que es de sentido común saber que no es con el aumento de policías o de medidas de control violento, con lo que disminuirá la delincuencia e inseguridad; es con actividades de satisfacción de necesidades (alimentación, salud, educación, trabajo, salarios, vivienda, espacios públicos, cultura, etc.), y programas a largo plazo, con lo que podrá atenuarse la violencia social a un promedio tolerable. Pero esto implica la inversión de millones de recursos, y es más barato echar mano del sistema penal. Como escribió José Revueltas en una celda de Lecumberri, en este lugar maldito donde reina la tristeza, no se castiga el delito, se castiga la pobreza.

Conferencia: Persuasión y valoración de la prueba en el nuevo sistema penal

 
Conferencia:
Persuasión y valoración de la prueba en el nuevo sistema penal
 
El procedimiento es un modelo de construcción de verdad; una aproximación a través de medios legítimos, que concluye con la decisión judicial: una interpretación de la realidad. Las partes emplearán herramientas (personales y procesales) para persuadir al Juez, y lograr que en el enfrentamiento de versiones, el juez opte por la más fidedigna, al valorar la prueba. 
 
Miercoles 20 de enero de 2016
17:00 horas

Casa de la Cultura Juridica "Alfonso López Aparicio", Aguascalientes
Álvaro Obregon #347, zona centro.
 
 

jueves, 14 de enero de 2016

Ahora, una ley contra la tortura






Todo lo que digas, podrá ser utilizado en tu contra…
Tarjeta Miranda
 
Tanto el Relator de las Naciones Unidas, como Amnistía Internacional, en sus informes presentados en 2015, señalaron que la práctica de la tortura es cotidiana y generalizada en México. En el documento “Promesas en el papel, impunidad diaria: la epidemia de tortura en México continúa”, Amnistía Internacional afirmó que las denuncias sobre este tema aumentaron a más del doble entre 2013 y 2014. Aparentemente, en respuesta a esas voces, la Presidencia de la República presentó una iniciativa para la creación de la Ley General contra la Tortura, que se recibió por el Senado en este último mes del año, para darle trámite.
 
La iniciativa realmente se presenta por mandato constitucional: el 10 de julio se reformó el artículo 73 de la Constitución Federal, y creó la facultad exclusiva de la Federación para hacer normas sobre tortura, quitando ese poder a las legislaturas locales para evitar normas contradictorias que provoquen impunidad. Este decreto obligó a que esa ley estuviera creada a más tardar el 11 de enero de 2016, por lo que desde ahí se ve falta de voluntad política, al presentarse una iniciativa de última hora, y con un presupuesto de egresos e ingresos ya aprobado, que seguramente no la contempló para operación.
 
Esta reforma e iniciativa reconocen la existencia de tortura en México; una aceptación simbólica con poca relevancia, ya que no existen datos duros que evidencien procesos sancionatorios contra las personas que la cometieron. Pero, ¿qué es la tortura?, un acto globalmente prohibido: un servidor público, u otra persona con consentimiento del funcionario, causa dolores o sufrimientos físicos o mentales a un ser humano, para obtener información, una confesión, castigarla, intimidarla, coaccionarla, por motivos de discriminación, o cualquier otra circunstancia. Es anular la personalidad de un ser humano, es decir, volverlo objeto inanimado sin derechos para obligarlo a hacer algo.
 
La tortura puede ser física, psíquica e inherente. La física se trata de agresión al cuerpo para provocar dolor y doblegar la voluntad; la psíquica, en violentar mentalmente a la persona hasta coaccionar y condicionar su voluntad, y, derivada de ella, la inherente, que es la coacción que se genera por la atmósfera de intimidación que rodea a un ser humano cuando está detenido en sede policial para su investigación, pues en un ambiente de este tipo, se limita su libertad hasta impedir una libre elección, por lo que el sujeto termina por doblegarse. Torturar implica violentar derechos humanos, para investigar la violación de derechos humanos.
 
El contenido de la iniciativa de la Ley General contra la Tortura pretende “acabar” con esta práctica, al sancionar a sus autores. Si bien en mayor parte de su contenido, trata de armonizarse con la Convención contra la Tortura y la Convención Interamericana para prevenir y sancionarla, describiendo tipos penales, distinguiendo tortura de tratos crueles e inhumanos, fijando sanciones y autoridades especializadas que investiguen los hechos, etc., también lo es que contiene palabras ambiguas y subjetivas, que pueden seguir permitiendo impunidad en un derecho penal que es de estricta aplicación, pues la ambigüedad no permite a un juez condenar a un acusado.
 
Pero además, seguimos percibiendo que en el derecho penal existe una gran cantera de votos, parafraseando a Enrique Gimbernat, al seguir con el discurso de que la creación de normas resolverá la problemática social: la disminución de la tortura, la realización de técnicas adecuadas para investigar, y la actuación debida de las autoridades no ocurrirá con la simple creación de leyes de último momento. Esto será eficaz cuando se satisfagan adecuadamente las necesidades sociales, y se incremente la educación y valores de los ciudadanos; cuando los jueces provoquen disuasión de estas actividades, al restar valor a confesiones y declarar pruebas prohibidas a las obtenidas mediante incomunicación o tortura; cuando se denuncie y procese a los autores de esos ataques; cuando realmente la persona sea protegida en sus derechos. Pero el discurso menos costoso siempre será el de combatir la delincuencia con la redacción de leyes, volviendo a la época cavernaria donde, en palabras de Zaffaroni, “el hombre primitivo dibujaba en las paredes la imagen del animal que quería cazar, y de esa manera pensaba que se acababa la amenaza; pero no tenía nada, sólo tenía la imagen. Ahora no dibujamos las paredes; ahora dibujamos tipos penales donde ponemos todo aquello que es negativo y peligroso, y creemos que eso modifica la realidad; la neutralización de todos los males”.
 
Esperemos que esta nueva ley no se trate de un discurso o distractor viejo, disfrazado de nuevas estrategias, engañando a espectadores creyentes de que las soluciones están en el papel, y no en los hechos; pues “primero está todo lo que la gente quiere oír, luego lo que la gente quiere creer, después todo lo demás, y finalmente está la verdad…” (diálogo en la película “Agente Internacional” -The International- 2009).

Políticas del miedo, ¿políticas de Estado?

“Es toda una experiencia vivir con miedo…” Blade Runner (1982).
 
Estados Unidos nuevamente se ha visto envuelto en tiroteos domésticos con víctimas mortales. Según la información que corre en la red, al mes de noviembre se habían realizado 355 tiroteos, con muertes de 462 personas y 1,314 habían sido heridas. A pesar de que en 2013, en ese país murieron aproximadamente 33,636 personas con disparos de arma de fuego, no relacionados en sí con tiroteos, y de que también es alta la cifra de muertes por accidentes o resfriado común, los recientes incidentes en California se han difundido masivamente y comienzan a tomarse decisiones para “impedir” nuevos ataques.
 
En el mes de julio, después de otro tiroteo, un burócrata estadounidense declaró que la seguridad cibernética impedía rastrear comunicaciones que implican “actividad criminal” o “potenciales complots terroristas”. Hace unas semanas, el mismo funcionario anunció un nuevo sistema de alarma terrorista, y si bien no dio detalles del mecanismo, en aquella declaración de julio dijo que las redes sociales “daban pistas” de lo que se podía estar planeando, y para mantener la seguridad, debía equilibrarse la “seguridad física básica y una sociedad libre”. Con esto podemos imaginar hacia dónde sigue caminando el mundo de las libertades, y cualquier parecido con “la seguridad del Estado por encima de la seguridad del individuo” del Estado monárquico o fascista, es mera coincidencia.
 
El ser humano teme a lo que no conoce, y ante el discurso de la existencia de un enemigo dañino, se restringen los derechos, y resulta mejor no salir del domicilio para evitar alguna afectación. Influenciar implica ejercer poder; determinar conductas a ciertos fines, y quien logra influenciar, mantiene poder. Hay muchas formas de influenciar, y una de las más efectivas es a través del miedo. Si provocas miedo a una persona, lograrás que disminuyan sus procesos de razonamiento y responderá emocionalmente, pues lo único que busca es que la situación de miedo desaparezca. El miedo es el más peligroso de los sentimientos colectivos, según André Maurois; está siempre dispuesto a ver las cosas peores de lo que son, de acuerdo a Tito Livio, y puede llevar a los hombres a cualquier extremo, como lo afirmó George Bernard Shaw.
 
En otra ocasión escribí que Al Gore, en su libro “El ataque contra la razón”, habla de una estrategia gubernamental llamada “política del miedo”, que consiste en la creación de escenarios que provoquen miedo con fines e intereses muy propios de las autoridades; afirma que a veces la razón disipa el miedo, pero el miedo anula con más frecuencia la razón. Por otro lado, Naomi Klein, en su texto “La doctrina del shock”, expone como los desastres o tragedias sociales son empleados para superar obstáculos que en situaciones normales no podrían evadirse (como crear leyes que restrinjan derechos para hacer frente a esas calamidades). Finalmente, Olivier Clerc, menciona a una rana que estaba en una cacerola con agua, y no se daba cuenta que estaba siendo hervida: la afectación, si es lenta y pausada, no se siente, no provoca reacción, hasta que es demasiado tarde.
 
Ahora bien, los recientes eventos que han sido catalogados de terrorismo internacional o doméstico, son actos que repudio profundamente, pues ningún acto, necesidad o expresión, justifica afectar violenta y cruelmente a seres humanos. Lo que tenemos hoy es producto de una sociedad que no es fraterna ni solidaria, mucho menos humana. Pero el problema aumenta cuando se aprovecha el conflicto para emitir un discurso de poder, e incrementar su capacidad de control y sometimiento de la población, sin resolver realmente el problema de fondo. Los ataques se toman como oportunidad para provocar peticiones de reacción contra el problema, y producir acciones para garantizar la seguridad pública, mas no del individuo; y el combate al terrorismo, aunque el afectado intermedio sea el individuo.
¿La violación de derechos humanos, o los delitos, se combate con más violación de derechos humanos, con restricción de los derechos de la sociedad? Es cierto que la población llega a sentirse insegura y tener miedo; pero dudo cuando se aprovecha un evento para incrementar la mano dura (problema-reacción-solución): normas que justifiquen un estado intervencionista y policial, mayores facultades represoras del Estado, y disminución de derechos de los seres humanos; pues el sistema no se dirige sólo a “terroristas”, ya que el ciudadano común es el más sometido a esas políticas.
 
Si se pretende acabar con las situaciones que crean esa clase de actos, no es con el incremento de funciones policíacas frente a la disminución de los derechos; la prevención será eficaz cuando se satisfagan adecuadamente las necesidades sociales, y se incremente la educación y valores de los ciudadanos; cuando el interés económico y político deje de estar por encima de los derechos individuales; pero el discurso menos costoso siempre será el del combate a través de la inflación del sistema represivo contra el ser humano.
 
Olvidar implica repetir, y lo que ocurre ahora no es algo nuevo, basta echar una mirada a la historia para detectar el reinicio del ciclo. A final de cuentas, lo objetivo no es lo que vemos, sino lo que percibimos de acuerdo a nuestro filtro de observación.